Esta es condición de todas las guerras: que el que toma la ofensiva es generalmente dueño de escoger el campo de la lucha; y, desde el siglo XIX,en este sentido, en la historia eclesiástica, vamos a remolque, es decir: nos vemos obligados a pelear en el terreno que han escogido nuestros enemigos.
De ahí que los autores modernos, como Funck, tengan que tratar la vida de la Iglesia más de una manera negativa que positiva, dando más lugar a las luchas por las que ha pasado, a las defecciones que ha sufrido, que a su vida propiamente dicha, la interior ysobrenatural: a esa vida que hace latir en ella el Espíritu, que la anima hasta cuando y como Él quiera, la cual se manifiesta en la santidad, que no florece sino en su seno.
Digámoslo bien recio de una vez: la vida de la Iglesia es principalmente la vida de sus santos, no la fiebre delirante de sus apóstatas y herejes.
Aun contando con este accidente, no cabe duda de que volvemos a presentar en español el libro acaso mejor hecho de su género, uno de los frutos sin nombre a que dio lugar el esforzado catolicismo post revolucionario.
