

La Reina Isabel fue una mujer con alma de cruzado que cambió el curso de la civilización y el aspecto del mundo entero. El fanatismo y el espíritu guerrero de nuestros antepasados medievales era una necesidad impuesta por la lucha inevitable que constantemente tenían que sostener con enemigos fanáticos y guerreros. España era un campo de batalla desde hacia ochocientos años, una vez que los árabes musulmanes habían recibido una invitación de los judíos de España para que se apoderasen de aquel reino cristiano. El complot fue descubierto y los judíos severamente castigados. Sin embargo, una segunda tentativa triunfó. “Hay un hecho cierto -dice la Enciclopedia judaica-, y es que los judíos, bien directamente o por mediación de sus correligionarios de África, animaron a los mahometanos a conquistar España”. Por todas partes donde los invasores iban, los judíos les abrían las puertas de las principales ciudades. Incluso ocho siglos después no existía ni unidad política ni religiosa en España, donde una poderosa minoría de judíos resistía todas las tentativas de asimilación.
Buscar el medio de fusionar estos dos elementos, tan difíciles de mezclar como el aceite y el agua, y formar una unidad capaz de hacer salir el orden del caos y de unificar la fortaleza occidental del inmenso frente de batalla contra el Islam era la formidable tarea a que se dedicaron, sin éxito, los inmediatos predecesores de Isabel. Semejante empresa parecía necesitar de un genio maravilloso para ser llevada a cabo.