

Una base documental incontrovertible es el eje inapelable del análisis sencillo que presenta el autor. La Masonería es una religión. En efecto, luchar por la gloria y el reino del Gran Arquitecto del Universo es subordinar el pensamiento, los sentimientos y la acción a las normas de ese Ser Supremo. Teniendo principios inmutables y fines estrictamente determinados, despliega gran flexibilidad y astucia para cambiar las formas, lo accidental. En un momento los socialistas sirven a sus fines y en el otro le conviene que un católico –por supuesto que masonizado y dócil a las sugerencias– presente determinado proyecto que, por provenir de un cristiano, no alerta a la sociedad.
La Masonería oculta a los adeptos la mayor parte de su estructura, fines y acción, y poco a poco, según el individuo y la oportunidad, les indica que aquello no era así, sino de este otro modo. No debe asombrarnos un hecho inaudito: no pasarán de diez o quince personas quienes conocen o creen conocer al o a los jefes supremos que integran el gobierno central, el más poderoso de la tierra, el cual, sin flotas ni ejércitos, dispone con sus órganos de los ejércitos, flotas, policías y parlamentos de casi todo el mundo.