

Durante la primera guerra carlista (1833-1840), un buen número de extranjeros vino a España. Los que recalaron en el campo cristino eran, en su mayoría, mercenarios, gentes del oficio, carne de cañón; en cambio, los que formaron en las filas carlistas eran voluntarios, gentes que luchaban por principios e ideales. Lucharon en las filas de Don Carlos tres Príncipes alemanes: Stolberg, Schwarzenberg y Lichnowsky; militares expertos como von Rahden y von Goeben... Muchos dejaron escritas sus impresiones. Siendo extranjeros, reflejan sus memorias una visualidad más precisa, en ciertos aspectos, que las de los naturales, quienes, por estar dentro del bosque, no conocen sus linderos.
En Lichnowsky, la modestia en el escribir, escamoteando su propia actuación y hasta sus heridas, no corresponde a la exuberancia en el obrar. En él todo es exaltación: la sensibilidad artística y poética; y, ante todo, el sacrificio de sus comodidades, y de su vida, a los dictados del ideal de la monarquía católica. Tras la Dieta de Frankfurt de 1848, murió víctima del odio rabínico (perdonando él a sus verdugos) según relatan las actas judiciales. Con su muerte quedó rota la fe en el Parlamento, iniciándose una cierta reacción, falseada si consideramos la posterior usurpación prusiana.